Jack White
Entrevista Los Inrockuptibles
Publicada en Mayo del 2005
Por: JD Beauvallet
Una buena imagen, canciones incendiarias y excesos de watts. Lejos de las modas, la forma base de The White Stripes convirtió al dúo en el mejor ejemplo de cómo ser retro sin perder el honor, el glamour ni el espíritu aventurero. Antes de su primera visita a la Argentina, Jack White adelantaba cómo serian los conciertos del dúo, anticipaba la salida de Get Behind Me Satan, mientras exhibía sus obsesiones y revolvía el pasado.
Jack White: Este año no paramos, venimos de hacer shows muy intensos. Apenas terminamos la última gira me planteé la idea de parar un poco para descansar; después de tres años de dedicación absoluta al grupo, tengo la sensación de no haber hecho otra cosa que ser un miembro de los White Stripes… El año pasado apenas pude hacer una pausa muy breve para producir Van Lear Rose, el disco de Loretta Lynn.
El grupo está en su mejor momento: ya es un clásico, vende muchos discos, sus conciertos se llenan, la prensa los elogia…
Sí, pero eso es lo que menos me preocupa. Nunca pensé: “Nos está yendo bien, no nos conviene parar justo ahora”. El verdadero problema es que la inspiración me persigue todo el tiempo. Y no puedo cerrarle la puerta en la cara, me es imposible dejar de componer, es algo que me absorbe y me desborda. Es una urgencia, una necesidad, no tengo ningún control sobre lo que pasa dentro de mi cabeza…
Los conciertos de White Stripes son muy físicos, sus giras interminables, y hace tres años que no paran. Encima, el mes que viene sale el nuevo disco. ¿No te preocupa tu salud?
Sí, un poco. Pero parece que todavía tengo mucha energía en stock. El año pasado me hice varios chequeos, y me dieron todos bien. Consulté a dos o tres médicos, y todos se mostraron igual de asombrados: fumo mi paquete de cigarrillos por día y, sin embargo, no me detectan nada. “Es milagroso” me dicen, “Pero su estado de salud es excelente” (risas).
Muchos habrían delegado la realización de un DVD, o pospuesto la grabación de un nuevo trabajo…
Necesito hacerlo todo yo mismo. En ese sentido soy muy estricto, y un poco omnipotente. Jamás voy a delegar nada a mi compañía discográfica porque cada pequeña decisión que involucre a los White Stripes me pertenece. Ojo, una vez que confió en alguien, sé muy bien como darle carta franca. Con Michael Gondry, por ejemplo, que es quien hace todos nuestros videos, las cosas se dieron bien de entrada. Nos tenemos una confianza mutua, en nuestras primeras conversaciones sentía que me estaba leyendo el pensamiento… Además ¿Con qué derecho podría inmiscuirme en la realización de nuestros clips cuando podemos trabajar con un tipo tan talentoso? Sí él quisiera dirigir todos los videos de White Stripes de acá en más, lo firmo ya mismo.
Tienes fama de cascarrabias…
Ya sé, pero juro que no es tan así. Por favor, acabemos con el mito: cuando tengo confianza absoluta en alguien, soy capaz de bajar la guardia. En serio, no soy un monstruo (risas). Sé que muchas veces lo parezco, pero no lo soy.
¿Qué pensaste de ti mismo sobre el escenario cuando te viste en el DVD?
Lo primero que se me ocurrió fue que ése no era yo sino un personaje que intento dirigir como si fuera un títere. Me enojé dos o tres veces, estaba furioso con lo que ese payaso de Jack White hacía en la pantalla. La guitarra descordada, los efectos apretados fuera de tiempo, los movimientos torpes… Para la pobre Meg fue peor todavía porque en la batería, el menor de los errores se nota enseguida, incluso más que en la guitarra. Honestamente, cuando vi las imágenes me dije: “¿Cómo esto puede interesarle a alguien?”. Nos veía aburridos y chatos. Al final logré entusiasmarme gracias a las canciones, más allá de la interpretación. Siempre fui muy crítico con el grupo; hace años que miro videos y escucho los conciertos de los White Stripes para ver qué falta, y siempre llego a la misma conclusión: hay que ir a lo más simple, a la depuración. Todos los grupos se preguntan qué es lo que deberían agregarle a sus shows: cuerdas, luces, pantallas… Yo busco sacar.
¿Qué aprendes de ti mismo viéndote?
Que tengo miedo de dirigirme al público. Y aunque es una situación que en principio no debería molestarme demasiado, genera que muchas veces me tomen por un tipo antipático, cuando en la vida cotidiana suelo ser más abierto y amable. En el escenario tengo pánico de todo menos de tocar. Un mensaje para los que nos vayan a ver dentro de poco: no soy un monstruo, solo soy un poco miedoso… (Risas). También me pasa que vi demasiados conciertos en los que el cantante de una banda se siente obligado a hacer una estupidez para llenar un silencio. Y eso queda mal porque rompe el clima del show. En mi caso, decir algún chiste y que nadie se ría, por ejemplo, quebraría toda mi concentración. No quisiera pasar por ese momento para nada. También reconozco que mi aspecto es un poco intimidante: cuando tocamos estoy tan poseído por las canciones que me olvido hasta de sonreír.
Vienes de filmar con Jim Jarmusch (Coffee & Cigarettes) y con Anthony Minghella (Cold Mountain). ¿Qué es lo que te atrajo a convertirte en la “criatura” de un director de cine?
Esa “pasividad” que te da ser un simple colaborador fue como tomarme unas vacaciones lejos de Jack White. Trabajar así me alivio bastante, está bueno no ser el que toma todas las decisiones. Con Jarmusch nos entendimos enseguida, pero lo de Cold Mountain fue más complicado porque nuestras expectativas no eran las mismas. Discutimos sobre la banda de sonido y nunca pudimos ponernos de acuerdo del todo. De todas maneras, si bien la situación fue algo tensa, sirvió para reafirmar uno de mis principios más básicos: nadie nunca va a producir un álbum de The White Stripes. Jamás. Un productor no entendería ni compartiría mi background: siempre seré el mejor para decidir qué es bueno para mí y qué no. Ahí apareció el monstruo de nuevo (risas).
¿Te imaginas como director de cine?
Es un sueño que tengo desde chico. Es más, cuando era adolescente intenté dar mis primeros pasos en cine: empecé como asistente de muchos rodajes de publicidades en Detroit. Pero enseguida me di cuenta de que, en esa industria, hasta la idea más intrascendente debe pasar por las manos de decenas de personas para ser filtrada o diluida. En cine es muy difícil que una idea pueda permanecer pura: siempre sale mutilada. Hacer una gran película requiere mucho esfuerzo y valentía porque hay que ser muy resistente, tolerar miles de opiniones, soportar miles de egos…
¿Quiénes eran tus héroes cuando soñabas con ser director?
Orson Welles y Stanley Kubrick. Y Fritz Lang, aunque más que nada por su fotografía. Las películas de Welles me daban la impresión de estar vivo… Hoy me paso la vida alquilando películas viejas. En las giras compro toneladas de DVDs que después me olvido en los micros o en los hoteles. Debe haber gente que se está armando unas videotecas buenisimas con mi dinero (risas). Veo muy pocos estrenos -casi no tengo tiempo para ir al cine-, pero hace poco vi Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y me encantó. También me gustó mucho Napoleon Dynamite, de Jared Hess; me hizo acordar de mis años de colegio.
¿Compras DVDs de música?
Nunca. El único que tengo es una compilación pirata de todas las apariciones de los Stones en la televisión Inglesa durante los sesenta. Ah, y uno de Beck que anda dando vueltas por casa. Antes de ponernos a trabajar en Under the Blackpool Nights, uno de los pocos conciertos filmados que vi y que me fascinó fue The Last Waltz (Scorsese). Me gustó tanto que se convirtió en mi única referencia del género; quería intentar capturar esa clase de pasión… En realidad, no sabía del todo qué quería, pero tenía muy claro que no me interesaba para nada hacer uno de esos rodajes baratos que graba MTV. La idea era que no se perdiera nuestra pasión, nuestra energía, ni nuestros defectos. No quería pegar ni adulterar nada: detesto esa manía de los canales de música de tenerle tanto miedo a los accidentes del vivo. En ese sentido, la elección del formato fue intencional: rodar en fílmico, con seis cámaras de Super 8 y de 16 milímetros impedía de movida caer en esa tentación
En el DVD hay una versión de “Jolene”, de Dolly Parton, que es una canción de amor… ¿Tu visión del amor es así de absoluta?”
Soy muy romántico, sí. Y una canción como “Jolene” me hace llorar cada vez que la escucho. No estoy hecho para resistir dignamente a los sentimientos demasiado fuertes: para mí, la ausencia es un tema muy movilizador. Pensándolo bien, debe ser ese sentimiento de pérdida lo que me toca tanto del blues. Y “Jolene”, a su manera, es una canción de Blues.
En los conciertos de los White Stripes, “Seven Nation Army” llega al final, como si para ustedes se hubiera vuelto una carga…
La tocamos tarde porque tiene la función de ser el postre, el helado después de una buena comida. Hace poco, un amigo me decía que en nuestro show del Festival de Reading, la gente esperaba tanto que la tocaramos que cuando empezamos a hacerlo casi explota todo. Lo bueno es que la expectativa que genera obliga al público a permanecer concentrado hasta ese momento. Jugamos con sus nervios.
Más allá de los shows, fue el tema que los lanzó a la fama mundial…
Sí, ese es su lado malo.
¿Te molesta haberte vuelto tan famoso?
No, no me quejo. Pero debo admitir que no estaba preparado para la persecución de los medios ni para esa clase de estupideces que te pasan cuando haces un hit muy grande. En general, la prensa no entiende que las alfombras rojas, los estrenos y las cenas multitudinarias me importan un carajo.
¿Esperabas que “Seven Nation Army” tuviera tanto éxito entre los DJs? Muchos cierran sus sets con esa canción.
Es algo que no deja de sorprenderme. Escuché muchos remixes de “Seven Nation Army” hechos por algunos piratas que nos roban sin vergüenza, pero las versiones electrónicas de mis temas no me interesan para nada. Cuando la escribí me gustaba su costado tribal, estaba pensada para que la gente chasqueara los dedos dentro del auto. ¡Pero nunca nos imaginamos que alguien pudiera bailarla! Para mí, la música bailable murió en los setenta. Desde que se volvió sintética y perdió su alma en los meandros de las computadoras no me atrae para nada.
En pocos años te convertiste en un “chico póster”. ¿Tenías fotos de tus ídolos en tu cuarto?
Es la revancha por todos esos años en los que me decían que era feo… (risas). Nunca tuve pósters, eso era cosa de mis hermanos, que los pegaban en sus cuartos y en el altillo de casa: fotos de Pete Townsend, Jimmy Page, Ritchie Blackmoore… A fines de los ochenta, cuando tuve la edad para comprar pósters de estrellas de rock, ya habían pasado de moda: solo existían afiches de Madonna. Así que me quedé con los de mis hermanos.
¿Te reconoces cuando ves fotos tuyas de esa época?
No, cambié por lo menos treinta veces. Estoy tan lejos de ese niño que era… El otro día, con mis hermanos estuvimos mirando fotos viejas de la familia y todo nos parecía irreal. No me acordaba de que el barrio era tan lamentable, la casa tan chica, el vecindario tan pobre…
Se dice que cuidas mucho tu dinero. ¿Eso puede estar relacionado con tu pasado no tan relajado en lo económico?
Es que no teníamos opción: éramos diez hermanos y había que ajustarse en todo, y en mi casa me enseñaron a valorar el dinero. La mayoría de los grupos de rock vienen de ambientes más cómodos y no les importa tirar la plata por la ventana. Yo no puedo. The White Stripes se va de gira con un equipo reducido, y sé perfectamente el dinero que merece cada uno, incluido los grupos teloneros. Haber sido tan pobre me enseñó a ser precavido, es cierto, pero también me convirtió en alguien generoso. De todas formas, muchas veces no sé qué hacer con tanto dinero porque nunca fui materialista: la escasez me impidió soñar con autos lujosos y casas enormes… Ni siquiera me compré guitarras cuando me volví rico, todavía toco con las únicas dos que tuve siempre. Fui muy pobre y ahora soy muy rico, pero no soy ni más ni menos feliz que antes. Además, no quiero malacostumbrarme porque algún día me puedo volver a quedar sin nada. Lo único bueno de tener plata es que te da libertad. Ahora nadie me dice lo que tengo que hacer.
¿Qué más aprendiste en ese barrio?
A caminar con la frente bien alta, incluso cuando todo el mundo te rechaza. En mi colegio a nadie le gustaba el rock ‘n’ roll y se burlaban de mí porque no escuchaba hip hop ni usaba ropa Adidas… Ese ambiente me enseñó a desarrollar una personalidad propia en un medio hostil y a estar orgulloso de mi mismo en las situaciones más humillantes. El único refugio que tenía eran mis discos, solo me interesaba la música.
¿Cómo vive el éxito tu familia?
Son felices, adoran la música tanto como yo. Hace poco pude cumplir el sueño de mi hermano mayor, que era conocer a Jeff Beck, uno de sus ídolos: terminaron tocando juntos durante toda una noche. Pero la realidad es que cuando era chico, ellos nunca me ayudaron en nada. Es más, hicieron todo lo posible para desalentarme. Cuando le suplicaba a mi hermano mayor que me enseñara a tocar la guitarra, me mandaba a cagar: “A mí nadie me enseñó, arreglatelas solo…”. Y no solo nunca tuve el menor apoyo sino que cuando me regalaban algo me hacían sentir culpable diciendome el precio que había costado y los sacrificios que habían hecho para comprarlo. El problema es que me generaron tantos complejos que incluso hoy en día, cuando me regalan algo o me elogian demasiado, me siento culpable enseguida. Mi mayor conflicto es que no sé recibir. Como corresponde a todo monstruo… (risas).
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